Memorias de Pancho Villa
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Memorias de Pancho Villa

Entre mis libros que alojan como figura prominente a Francisco Villa, quizás el más voluminoso y más de fiar sea Memorias de Pancho Villa, obra de Martín Luis Guzmán (MLG), escritor nacido en Chihuahua. En la literatura mexicana es autor muy respetado y admirado. Son 950 páginas las de este volumen en la 8a. edición, de 1965; la primera fue de 1951. Su tiraje es sorprendente hasta para nuestros días: 3 mil ejemplares. Lo que resta del año (esta vez dedicado a Villa por el gobierno federal) serviría para leer todas las páginas del monumental libro.

Para escribir su obra, avisa MLG en su breve prólogo, dispuso de tres fuentes: la hoja de servicios del general Villa, un relato más o menos autobiográfico redactado a lápiz y cinco cuadernos grandes alimentados por los documentos anteriores. Párrafos adelante apunta lo que puede parecernos más sugestivo: que convivió con Pancho Villa un lapso de la Revolución. Dice: “El haber yo tratado a Villa personalmente y con cierta intimidad […] y, sobre todo, el haber tenido entonces el cuidado de poner por escrito, y con cuanta fidelidad textual me era dable, lo que decía él en mi presencia […]”.

La convivencia, la observación directa y el oficio de escritor, en suma, dan al lector el valioso libro que es Memorias de Pancho Villa.

Para mejor valorar la importancia de ese libro de MLG, aparte de tener en cuenta su volumen de casi mil páginas, conviene imaginar el caudal de documentos que debió calibrar para luego estructurar y restructurar las secuencias narradas y redactarlas con el estilo del habla del general.

Con ello entró MLG al problema estético del habla del héroe. Pero su narración, dice, fue “hecha según mi capacidad me lo permitió, al modo como Villa hubiera podido contar las cosas en su lenguaje, castellano de las sierras de Durango y Chihuahua”.

Es obvio que la capacidad de narrador de MLG es mayúscula, garantizada por obras como La sombra del caudillo y El águila y la serpiente, por lo menos. Sin embargo, el haber convivido con el revolucionario le hace decir acerca del estilo en Memorias de Pancho Villa: “El escribir así [en el habla del héroe popular] supuso para mí este problema: no apartarme del lenguaje que siempre le había oído a Villa, y, a la vez, mantenerme dentro de los límites de lo literario.”

Por el tiempo de la octava edición del libro que comentamos, 1965, se registraba en la capital de la república mucha resistencia a considerar héroe a Pancho Villa. Una importante calzada que se había pretendido denominar Francisco Villa acabó en División del Norte. Por otra parte, se discutió mucho el que su nombre fuera inscrito en la pared de honor de la Cámara de Diputados.

Otras cosas curiosas surgen con el nombre del héroe. En Torreón, ciudad de raigambre villista, nueve cuadras al norte de la Plaza de Armas existe la colonia Francisco Villa, apelativo acordado en asambleas populares de los pioneros que llegaron a los arenales ribereños del río Nazas. Decenios después, en el oriente de la ciudad se constituyó la colonia Pancho Villa, repito, Pancho Villa; redundo: no Francisco Villa sino Pancho Villa. Sin embargo, las burocracias oficiales y quién sabe qué aviesos intereses llaman a esa colonia del oriente de la ciudad, no Pancho Villa, sino Francisco Villa.

Este año que el gobierno federal ha determinado dedicarlo a Villa por ser centenario de su muerte, habrá oportunidad de comentar algunas páginas del libro Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán, quien al final del prólogo de su libro dice: “Siempre me fascinó […] el proyecto de trazar en forma autobiográfica la vida de Pancho Villa […] hacer más elocuente la apología de Villa frente a la iniquidad con que la contrarrevolución mexicana y sus aliados lo han escogido para blanco de los peores desahogos […]”.

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