La experiencia no se hace,
sino que se padece.
Jorge Larrosa
Nada sucede dos veces/ ni va a suceder, por eso/ sin experiencia nacemos/ sin rutina moriremos./ En esta escuela del mundo/ ni siendo malos alumnos/ repetiremos un año,/ un invierno/ un verano./ No es el mismo ningún día,/ no hay dos noches parecidas/ igual mirada en los ojos,/ dos besos que se repitan… y sigue Wislawa Szimborska (Poesía no completa), pero yo lo dejo aquí porque así conviene a mi texto. Durante toda mi vida se me inculcó el valor de la experiencia. Los ancianos eran experimentados fundadores y sus consejos encauzaban el devenir de la vida. Indudablemente hubo viejos sabios porque seguramente fueron jóvenes sabios. El joven necio, con el tiempo y la experiencia, se convierte en un viejo insufrible. El joven empatico, flexible, con los años tal vez no sea más sabio pero será más prudente.
La vida me ha enseñado a desconfiar de la encumbrada experiencia. Sin menospreciarla del todo: hay hijos dóciles que aprovechan con cierto éxito la experiencia de sus padres, y por qué no capitalizar también su prestigio: hijo de Julio Iglesias, Julito, hijo de Vicente Fernandez, Vicentillo... los empleados que con experiencia cumplen al pie de la letra sus obligaciones, suelen ser bien apreciados.
Los siervos de la nación, llámese pueblo, multitud, mascotas; son inapreciable capital político. Las corcholatas que repiten las memeces del amo sin quitarles ni una coma, son bien recompensadas. Ciudadanos dóciles sostienen el mundo con su trabajo ordenado y rutinario; pero no lo llevan hacia delante. Presiento pacientísimo lector, lectora, que muchos de ustedes no estarán de acuerdo conmigo. Está bien, nuestra democracia asegura el derecho al libre pensamiento. Sin quitarle un ápice a su bien ganado prestigio, sostengo que la experiencia, esta sobrevaluada. Si no fuera por quienes sin auxilio del WIZE se atrevieron a salir de la cueva para descubrir nuevos espacios, seguiriamos comiendo raíces.
Durante siglos se consideró que el Cabo de Finisterre marcaba el fin del mundo, hasta que inexpertos aventureros se tropezaron con América. El mundo se transforma por los disidentes capaces de imaginar lo que no existe y de crearlo. Isaac Newton, Alexander Fleming, Albert Einstein, Nikola Tesla, Mark Zucherberg, y tantos otros personajes que han llevado el mundo hacia adelante, buscaron donde no había experiencia alguna. Al campeón más experimentado le meten un gol. Aún con un sistema de salud como en Diamarca, aparece un virus y paraliza al mundo.
Yo apuesto por el conocimiento, la información y la flexibilidad que nos permite enfrentar los imprevistos con que la vida nos sorprende todos los días. Ante la dictadura digital que reemplaza la memoria, la inteligencia, y hasta la orientación, lo único que me queda es aprender de mis nietos: “Picale aquí, pícale allá”, me ordenan y los desespera ante mi torpeza. Ni modo, lo que me queda es adaptarme a las nuevas reglas del juego. Me queda frustrarme con las inalcanzables destrezas de mi teléfono, con los misterios del Ipad. Cuando ya más o menos lo domino, la tecnología me vuelve a dejar atrás.
Más que experiencia, lo que me mantiene a flote es curiosidad, paciencia, persistencia. Donde más me resulta inútil la experiencia es en el día a día. Con frecuencia me sucede que ante las descalificaciones con que eventualmente me sorprende una conversación, me quedo rumiando el enojo. Para tranquilizarme preparo una respuesta contundente: la próxima vez voy a decir… Resulta que la próxima vez las circunstancias han cambiado y la respuesta preparada resulta obsoleta. Está en la naturleza de las cosas que el conocimiento íntimo del camino es dado sólo a aquellos que caminan por el; apuntó Coetze.
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