¡Mucho qué hacer!
Nuestro mundo

¡Mucho qué hacer!

Nuestro Mundo

Hace años, cuando era estudiante, solíamos decir que en La Laguna no había nada que hacer. La queja era constante. Las diversiones tenían que ver con días de campo, dar la vuelta en los paseos de moda, ir al cine, cenar o simplemente estar con los amigos. En esas reuniones no era poco frecuente que alguien sacara la guitarra y los que sabían cantar lo hicieran.

No sé en qué momento se empezó a hablar de las “bolas” (no piensen mal), así se llamaba al grupo de pares con los que te juntabas. Se hicieron famosas algunas de ellas y no necesariamente porque fueran santas palomas. Y en bola ibas y venías, sin ton ni son.

Viene al caso la remembranza porque las actividades sociales y culturales hoy están al orden del día. Muchas veces te ves obligado a elegir una u otra, imposible estar en todos lados. Haciendo un recuento somero valoremos la agenda cultural y artística: la exposición de réplicas del Museo del Prado, la presencia de la Palas Atenea de Rembrandt en el Museo Arocena, el Ballet de Monterrey, el concierto de Andrea Bocelli, las puestas en escena locales como el musical Diferente, la presentación en Casa Morelos de Alex Serhan, los conciertos de Camerata de Coahuila (incluido el de Star Wars), las múltiples exposiciones pictóricas en distintas galerías consolidadas y emergentes, el festival Nómada en el Parque España que fue un tributo a las etnias y al mismo tiempo, apoyo para distintas causas sociales, tendremos por estos días el Festival del Vino Mexicano, la presentación de libros, además de los conciertos populares en Plaza Mayor que congregan a tanta gente.

¿Qué refleja tanta actividad? Probablemente necesidades no cubiertas luego de los dos años de estar totalmente limitados; ganas de salir, explorar, disfrutar, reír, pensar, convivir y estar con otros, aunque no sean de la “bola”, porque al estar con los otros nos reconocemos y recordamos la unidad común que nos envuelve el hecho de ser humanos.

Aunque no todo está en que se haga una agenda de eventos tan multidisciplinaria y por lo tanto variada. Las ciudades laguneras nos ofrecen maravillosas opciones para distraer la mente y contactarnos con el sentido de pertenencia. Somos parte de una comunidad porque aquí nacimos, aquí vivimos, nos hemos hecho con el polvo, los cielos, los glaucos verdes, el sol inclemente y con la historia que, aunque no es remota, está construida por quienes nos precedieron.

Recién hice un recorrido “histórico” por el primer y segundo cuadro de la ciudad. Miguel, esposo de Vero, lo había sugerido dada la grata experiencia que ellos ya habían vivido. Esta “bola” dijo que sí y estábamos una tarde de un cálido mayo subidas en el camioncito que semeja un trolebús. Armando, hábil conductor, comunicador y conocedor de la historia iba tras el volante. Carlos señaló los acontecimientos históricos, los sitios de interés arquitectónico y las anécdotas en torno a los lugares que visitaríamos.

El “tour cantinero” implicó hacer parada en cinco cantinas, la primera ubicada en el centro de la ciudad, el bar Reforma en Matamoros y Valdés Carrillo, el cual data de 1908. ¡Imaginen cuántas botellas de cerveza se habrán abierto ahí! ¡Cuántas verdades y mentiras se habrán contado! Luego el famoso Gota de Uva, donde se iban a contratar los mariachis para los gallos. Todavía recuerdo aquel grupo llamado Los Gavilanes que se trasladaba en un vehículo pintado de azul. La Sevillana fue la tercera parada, dicen que no eres lagunero si no has ido por un caldo de camarón que te sirven como botana. Las cantinas eran lugares prohibidos para mujeres, a menos que entraras a los reductos familiares que había en ellas. No era muy bien visto hacerlo, se nota que eran lugares de hombres para hombres.

Aunque siempre hay excepciones. La cuarta cantina que visitamos se llama La Tradicional. Ahí una valiente mujer se hace cargo. El lugar es amplio, limpio e invita a estar. Una mesa de señores jugando dominó ambientaba con el sonido de las fichas el lugar, en otra mesa una pareja con un tanque de fresca cerveza de barril. Casi por irnos llegó el típico vendedor de asaderos, su canasta y en ella sus quesos envueltos en una servilleta de cuadros rojos y blancos.

Se hacía tarde y la última parada fue en el histórico bar Perches. Su piso de tablero de ajedrez, su gran barra, sus recuerdos colgados en la pared y el tubo del verdadero trolebús en un costado del edificio que lo alberga, refieren su pasado. Este recorrido implicó reconocer tradiciones, maneras de ser y estar. Finalmente es la vida la que hace la cultura, sin comparaciones, sin ponderaciones. Los tiempos del “no hay qué hacer” han quedado atrás.

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