Arquitectura de emergencia
Reportaje

Arquitectura de emergencia

Estructuras levantadas ante lo trágico

El capitán de aviación Julián Aparicio estaba sorprendido por los materiales que los refugiados guatemaltecos en México deseaban subir a su avión cuando les indicó que debían apilar sus pertenencias: eran solamente tablas sucias y apolilladas, así como láminas acanaladas de asbesto maltratadas y, aparentemente, inservibles. Los guatemaltecos, asilados en territorio mexicano desde los años ochenta del siglo pasado a causa de la violencia constante en su país, regresarían a su patria por primera vez utilizando la vía aérea, una determinación que tomó la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados encabezada en 1994 por Carlos Béjar, para evitar los incidentes mortales que ocurrían constantemente durante el retorno por tierra.

Los guatemaltecos no poseían más que eso: tablas y láminas. Por su condición de asilados les tenían prohibido trabajar y poseer bienes, y los campamentos que se establecieron en Chiapas, Quintana Roo y Campeche cuando comenzó el proceso de asilo político, consistían en frágiles casuchas levantadas con materiales de desecho, instaladas en terrenos difíciles donde tampoco podían cultivar.

Durante el proceso de recepción de los guatemaltecos no se consideró la arquitectura de emergencia ante la catástrofe social que vivieron. No se tenían indicios de la duración del conflicto y por ello tampoco se planearon campamentos de largo plazo. Actualmente aquellos asentamientos improvisados superan los cuarenta años de antigüedad.

La arquitectura de emergencia pretende responder a las necesidades de alojamiento de una sociedad, después de que ocurre una tragedia de carácter natural como los sismos, tsunamis, inundaciones o erupciones volcánicas; o cuando los conflictos bélicos o económicos afectan a la población.

La arquitectura postcatástrofe debe reconocer las técnicas constructivas y el estilo arquitectónico del sitio, conservar en la medida de lo posible las tradiciones y especialmente respetar la dignidad de las personas al satisfacer sus necesidades de sehuridad y comodidad.

Bajo esta definición, construcciones improvisadas, realizadas con materiales inapropiados y que han permanecido por décadas, como los campamentos destinados a los afectados por los sismos de Ciudad de México a finales de los ochenta y en la segunda década del siglo XXI, no cumplen con rigor la aspiración de la arquitectura de emergencia.

JÓVENES QUE DIGNIFICAN LA PROFESIÓN

El 7 y el 19 de septiembre de 2017, Ciudad de México se cimbró por temblores de 8.2 y 7.1 grados de magnitud, respectivamente, que cobraron la vida de cientos de personas y dejaron por lo menos 450 mil damnificados. Su epicentro se situó en las costas del Pacífico. Los estragos humanos y materiales evocaron la tragedia de 1985, cuando murieron seis mil personas según las cifras oficiales. Esta vez, como antes, resaltaron las muestras de solidaridad de los capitalinos, quienes desarrollaron un lenguaje propio para enfrentar la tragedia: un puño en alto significa silencio; por tanto, cuando los rescatistas levantan el brazo con la mano cerrada, la multitud calla y agudiza el oído para escuchar el llamado de auxilio de quien esté bajo los escombros.

Habitáculos para refugiados de la guerra de Ucrania diseñados por el arquitecto japonés Shigeru Ban. Imagen: EFE/ Nicolas Grosmond

Cuando se lograba un rescate, el júbilo brotaba espontáneo y motiva a continuar con las búsquedas. En medio de la tragedia surgían historias conmovedoras; también aparecían personajes singulares en el proceso de salvamento, como Exco, Timba, July, Balam, Rex y Orly, perros rescatistas entrenados para colarse entre los escombros y anunciar la presencia humana. Las miradas del mundo se enfocaban en la capital del país; los medios informativos ofrecían detalles, estructuraban historias, entrevistaban a funcionarios, a rescatistas, a voluntarios, y fotografiaban a los canes.

En cada sismo, los medios nacionales señalan los lugares donde se origina: las costas de Guerrero, de Chiapas, de Oaxaca o al interior de Morelos, aunque regularmente la cobertura informativa sobre el destino de los pueblos asentados sobre el epicentro, donde la Tierra comienza a sacudirse, es escasa.

En la televisión, en la radio, en los periódicos y en internet, las noticias fueron copiosas en aquel 2017, y a todas estuvo expuesto el arquitecto Héctor Alejandro Esteban Ávalos, quien reflexionó acerca de lo que podría estar ocurriendo en los pueblos costeros donde se sintieron los temblores. Héctor radicaba aquel año en la capital del país, donde estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); su juventud y preocupación le impulsaron a viajar a Oaxaca y ofrecerse como voluntario para distribuir despensas y agua a las personas afectadas por el terremoto.

En Oaxaca “fue cuando escuché acerca de un pueblo en la costa, San Mateo del Mar, de difícil acceso, aislado y donde las personas, decía la gente, eran muy agresivas”, contó Héctor Esteban durante una de sus visitas en 2022 a Gómez Palacio, Durango, su ciudad natal.

Héctor es delgado, de piel blanca y barba desarreglada; apenas rebasa los treinta años de edad. Aunque su voz denota serenidad, su trayectoria profesional es intensa. Sorprendió a sus padres cuando les anunció su viaje a Ciudad de México para estudiar arquitectura. Tenía todo resuelto y, antes de concluir la carrera, se fue a Europa donde consiguió empleo en el despacho de Shinger Ban (“el único arquitecto del mundo que construye casas y edificios con papel”, publica el portal arquidecture.com).

Los voluntarios “comíamos y bebíamos de lo que la gente nos ofrecía, no traíamos dinero. Allí conocí a Ramiro Villela, quien viajó desde la frontera norte de México hasta Oaxaca en su vieja camioneta”. Con él, Héctor recorrió las veredas selváticas transportando comida y bebida a los habitantes de San Mateo del Mar, a pesar de las innumerables advertencias sobre los peligros a los que podría enfrentarse. Lo que encontró el joven voluntario al arribar al pueblo, determinó su destino profesional.

VIVIENDO SOBRE EL PANTANO

San Mateo del Mar se construyó en una franja costera que divide la Laguna Inferior con el Golfo de Tehuantepec en Oaxaca, su elevación sobre el nivel del mar es de apenas ocho metros. Allá viven menos de seis mil personas; la mayoría pertenecen a la cultura huave, también llamada ikoots, comunidad ancestral que aún conserva su lengua y tradiciones.

Proyecto Nangaij Iüm Nit del arquitecto Héctor Esteban en San Mateo del Mar, Oaxaca, tras los temblores de septiembre de 2017. Imagen: Cortesía de Héctor Esteban Ávalos.

“El suelo donde se construyeron sus casas es arenoso y, por estar cerca del mar, hay temporadas en que la marea inunda sus tierras. Cuando hay temblores se presenta el efecto de licuefacción, que es cuando el suelo arenoso se convierte en pantano”, dice, explicando que entonces se ahogan animales y casas en esas zonas.

Mientras Héctor hacía entrega de los víveres, observaba el daño ocasionado por el sismo de magnitud ocho que sacudió al pueblo el 7 de septiembre de 2017: las casas construidas con ladrillos, cemento o blocks de concreto se habían derrumbado por completo, mientras que las elaboradas de la manera tradicional, utilizando elementos de la naturaleza como hojas y troncos de palmas, lianas y barro, mostraron daños menores.

De acuerdo con información de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, en San Mateo se perjudicaron mil 800 casas, de las cuales las de cemento quedaron destruidas y las de palma y carrizo se hundieron un poco, pero soportaron el movimiento telúrico gracias al uso de horcones de madera colocados en forma de tijera que les dio flexibilidad.

En el proceso de atención a los damnificados intervino el gobierno dispuesto a reconstruir las viviendas, usando para este propósito cemento, blocks de concreto, ladrillos y acero. Entonces, Héctor Esteban, recién egresado de la licenciatura, propuso a los enviados gubernamentales un cambio de estrategia: “¿Por qué no preguntamos a la gente qué materiales y técnicas de construcción prefieren para recuperar sus casas?”.

Los funcionarios accedieron y pronto se determinó levantar una encuesta entre la población a la cual se le preguntó: ¿qué tipo de material prefieres para edificar de nuevo tu casa?

 “La gente veía por todos lados que las construcciones de cemento estaban destruidas sin remedio; por el contrario, las armadas con las técnicas ancestrales, se mantuvieron en pie, con algunos hundimientos poco significativos”, pero aún habitables.

Dialogar con la gente y recuperar las tradiciones ancestrales, así como las técnicas constructivas, fueron los elementos centrales en el proceso de reconstrucción del pueblo. Incluso los habitantes se involucraron recolectando materiales, tejiendo las hojas de palma para colocarlas en los techos y uniendo los troncos de madre de cacao o mangle blanco, originarios de la zona, para levantar las paredes.

Las primeras casas construidas con elementos nativos se donaron a una mujer que vivía sola y al matrimonio de Esteban y Cristina; la decisión de entregarlas fue de la comunidad.

Aquel gesto confirmó la importancia del diálogo que debe existir entre la gente y el arquitecto, reconoció Héctor. “Nosotros somos solamente un medio para materializar los deseos de las personas”, afirma, señalando que incluso los conocimientos técnicos, aquellos que se cree que solo pueden obtenerse en la academia, tienen su base en el conocimiento ancestral.

Esteban y Cristina recibieron una de las primeras casas del proyecto Nangaij Iüm Nit. Imagen: Cortesía de Héctor Esteban Ávalos.

“Cuando estudié los vientos para ofrecer la orientación de las viviendas y la propuse, me hicieron ver que ya lo sabían desde hace generaciones, que su cosmogonía les permitía tener la información sobre estos aspectos técnicos”. Fue cuando Héctor Esteban comprendió mejor el concepto Nangaij iüm nit, que significa “casa sagrada de palma”.

La vivencia en San Mateo del Mar trazó el destino de Héctor Esteban. Desde aquel momento hasta la actualidad, ofrece su conocimiento y habilidad en el desarrollo de la arquitectura de emergencia, una rama de la construcción que cobra mayor dinamismo e importancia a raíz de conflictos armados y migraciones masivas, sismos y tornados, inundaciones y huracanes, tsunamis y erupciones que destruyen las ciudades dejando en el desamparo a sus habitantes.

Al momento de redactar este reportaje, Esteban Ávalos se hallaba en Somalia, compartiendo las técnicas arquitectónicas para construir con tierra.

RECONSTRUCCIÓN DESPUÉS DE LA TRAGEDIA

El arquitecto japonés Shigeru Ban (Tokio, 1957) es quizás el más reconocido en el área de reconstrucción post catástrofe, no solo por su disposición para intervenir en aspectos de urgencia, también por los materiales recurrentes e inusuales que emplea, principalmente el papel.

El aprovechamiento de aquel singular y frágil recurso para la edificación lo aprendió de su maestro John Hejduk, a quien le conocen como “el arquitecto de papel”, catedrático de la Escuela de Arquitectura de la Cooper Union en Nueva York.

En 1985, Ban fundó su estudio en Tokio, donde comenzó a desarrollar estructuras y técnicas que revertían la fragilidad del papel y obtenía de éste la resistencia suficiente para construir. Con tubos de cartón levantó la Casa PC Pila, la Casa de Doble Techo, la Casa Mueble, la Casa de la Cortina Muro, y otras más.

“En 1994, durante la guerra civil de Ruanda, Ban propuso sus refugios de papel de tubo a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados y lo contrataron como consultor. Tras el gran terremoto de Hanshin o Kobe en 1995, construyó el Libro Long House para los exrefugiados vietnamitas que no dispusieron de las casas temporales previstas por el gobierno japonés”, citó Adrián Delgado Serrano, estudiante de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia, España, en su investigación La respuesta de la arquitectura ante catástrofes naturales.

Tomando en cuenta las tradiciones, cultura y religiones de los pueblos destruidos por eventos naturales o guerras, de la misma forma el arquitecto japonés erigió iglesias, como la Catedral de Cartón, levantada en Nueva Zelanda después del terremoto de 2011.

Catedral de Cartón en Nueva Zelanda, de Shigeru Ban. Imagen: ArchDaily/Stephen Goodenough.

Ban se ofrece como voluntario en la resolución de vivienda ante los desastres, porque pretende “ayudar en toda la medida de lo posible en dar a la población que ha sufrido un desastre natural, un espacio seguro y de calidad”, escribe Serrano, quien recuperó una declaración reveladora de Ban que confirma su concepción acerca de la arquitectura de emergencia: “Cuando era joven, un estudiante, nadie hablaba sobre trabajar en zonas de catástrofe. Me sentí desilusionado cuando me convertí en arquitecto, porque generalmente trabajamos para gente privilegiada que tiene dinero y poder, y somos contratados para visualizar su poder y riqueza con arquitectura monumental. Me gusta hacer monumentos, porque los monumentos pueden ser grandes tesoros para las ciudades, pero también veía que mucha gente sufría a causa de los desastres naturales, y el gobierno les entregaba equipamiento de evacuación y vivienda temporal muy pobre. Yo creo que puedo hacerlo mejor. Ese es un rol muy importante para mí: seguir trabajando zonas de catástrofe”, declaró el arquitecto japonés en 2014.

Para alimentar la desilusión de Ben está el caso mexicano, cuyo gobierno trató con desdén a los damnificados del temblor de 1985 en Ciudad de México: más de treinta años después de la tragedia seguían habitando las casuchas de lámina y asbesto erigidas para enfrentar la emergencia. “Supuestamente aquí iba a ser temporal, pero temporal de toda mi vida” declaró para la revista Expansión la sobreviviente Martha Mejía.

Aquellos asentamientos “temporales” se ubican al norte de la ciudad. En 2017 se calculaba que aún vivían 250 familias, algo así como 750 personas, entre ellas doscientos niños.

Dos años después del sismo de 2017, se contabilizaron 20 mil familias en la capital que vivían con algún familiar, en la calle o bajo carpas y lonas.

LOS “PEQUEÑOS DETALLES” DE YASMEEN

Este año la profesora Yasmeen Lari recibió la Royal Gold Medal, otorgada por el Real Instituto de Arquitectos Británicos (RIBA), por sus proyectos arquitectónico enfocados en las comunidades desplazadas.

La fundación tomó en cuenta su trabajo basado en conceptos de autosuficiencia y carbono cero. Lari observa en todo momento “las cuestiones de deforestación, contaminación y los riesgos para la salud que enfrentan las mujeres en áreas rurales”, apunta el portal Inmobiliare.com con relación al reconocimiento a la arquitecta.

Yasmeen Lari también asumió el compromiso de ejecutar la arquitectura de emergencia. Después del terremoto que sacudió a Paquistán en 2005, trabajó en las comunidades afectadas reconstruyendo las casas con bambú y barro. “Desde entonces ha ayudado a edificar más de 36 mil hogares para víctimas de inundaciones y terremotos en su país de origen, estructuras que resistieron los desastres naturales posteriores”, publicó la revista Archdaily.

Refugios cero carbono de Yasmeen Lari construidos en zonas afectadas por catástrofes naturales en Pakistán. Imagen: ArchDaily/Yasmeen Lari

Desde 1980 comenzó, asociada con su esposo Suhail Zaheer, con la Fundación del Patrimonio de Pakistán, a través de la cual busca influir sobre los arquitectos para que entiendan el concepto de democratización de la arquitectura. Asimismo los dota de herramientas para resolver problemas sociales, pero especialmente busca que los profesionales de la construcción se sensibilicen con las poblaciones vulnerables y les ayuden a levantar sus viviendas.

El reconocimiento a Lari es uno de los más importantes en el mundo, y es de llamar la atención que sus aportes constructivos atienden a los pequeños detalles, como las estufas sin humo que diseñó para las mujeres paquistaníes.

En este país cuatro de cada cinco hogares no cuentan con una cocina limpia y segura. Las mujeres utilizan leña para preparar sus alimentos a fuego abierto, lo que genera humo que daña la salud y contamina la comida. A través de su fundación, Lari desarrolló a partir de 2014 una estufa de barro ecológica como un nuevo paso en su trabajo con las mujeres analfabetas que residen en regiones suburbanas y rurales de Paquistán.

“La alternativa ecológica de Lari, llamada Pakistan Chulah Cookstove, se alimenta de desechos agrícolas como estiércol de vaca o ladrillos de aserrín, que según la arquitecta reduce el uso de leña entre un 50 y 70 por ciento”, se lee en el portal especializado dezeen.com.

Para la escritora Ankitha Gattupalli, también arquitecta, las estufas de su colega Lari son “una poderosa intervención que destaca el compromiso de la arquitecta con el activismo feminista y ambiental. El proyecto aborda sincrónicamente los problemas de deforestación, contaminación y peligros para la salud que enfrentan las mujeres en las zonas rurales”.

Este pequeño detalle, sumado al esfuerzo de su obra social, le valió a Lari la Royal Gold Medal.

QUIENES LO HAN PERDIDO TODO

Los eventos naturales son impredecibles en su mayoría, y se consideran una catástrofe cuando afectan a los asentamientos humanos. Una inundación en sitios inhabitados es solo una manifestación natural del ciclo hidrológico que se repite a lo largo del tiempo, pero en ciudades como Daca en Bangladés, estos ciclos del agua representan un problema para la población.

Para resolver las constantes pérdidas de inmuebles en esta región de Asia del Sur, el arquitecto y educador Saif Ul Haque propuso un proyecto que recibió el premio Aga Khan en 2019, el cual consistió en la construcción de una escuela que flota cuando el río crece inundando esa área y se asienta cuando el nivel del agua desciende. “Es un ejemplo de arquitectura adaptada que utiliza los recursos del lugar de una manera adecuada a sus posibilidades”, argumentó el jurado del premio Aga para reconocerlo.

Las tragedias derivadas de los fenómenos naturales no solo ocurren en naciones emergentes, en las ciudades del primer mundo también se está a merced de la inconmensurable energía del planeta. Es el caso de Nueva Orleans, Estados Unidos. En el 2005 los diques que evitarían las inundaciones no pudieron contener al huracán Katrina, que forzó al 80 por ciento de la población a abandonar temporalmente la urbe.

Weaving a Home, de Abeer Seikaly. Imagen: ArchDaily/Abeer Seikaly

Cuando la población debe evacuar su ciudad de origen, surge el reto de instalar campamentos temporales, como ocurrió en Puerto Príncipe después del temblor que sacudió a Haití en agosto de 2022, dañando especialmente a las escuelas; o como pasó en 2011 en Japón, cuando tuvieron que adaptar edificios, crear alojamientos colectivos y refugios temporales. Así ocurrió en el gimnasio en la región de Tohoku, donde aplicaron un sistema de división espacial usando tubos de cartón. En aquel momento decenas de familias tuvieron que convivir en un mismo sitio durante mucho tiempo; dividir el espacio con cilindros de papel unidos para formar bastidores, cuyos vanos fueron cubiertos con mantas, fue una solución momentánea que resolvió el tema de la privacidad.

Existen propuestas a corto plazo para satisfacer las necesidades de albergue, como Tentative, un módulo compacto e individual que ofrece refugio a las víctimas de desastres naturales, cuyo diseño futurista se combina con la practicidad en su armado; o los refugios ondulados de tela y plástico de la arquitecta jordano-canadiense Abeer Seikaly para desplazados, que consisten en resguardos de tela plegables, estéticos, capaces de adaptarse a diversos climas.

También hay respuestas a mediano plazo, como las construcciones de papel de Shigeru Ban; o a largo plazo, como la edificación de villas en sitios con menor siniestralidad. Todas estas propuestas surgen de la habilidad y compromiso social de los arquitectos.

Para quienes lo han perdido todo, la arquitectura de emergencia se presenta como un recurso de sanación para el bienestar y para prevenir las enfermedades, como en el caso de la reciente pandemia de COVID-19, que urgió a la comunidad de arquitectos y diseñadores a reinventar estructuras de emergencia para preservar la seguridad.

Cada vez son más los arquitectos jóvenes que atienden a este llamado. Guiados por expertos como Shigeru Ban, Yasmeen Lari, entre otros, los profesionales de la construcción emergentes son aún desconocidos, pero están convencidos de ser el conducto para que la arquitectura post catástrofe responda dignamente ante el desastre, sea natural u ocasionado por la humanidad.

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