Las últimas semanas, los estruendos del Popocatépetl han sometido a su voluntad a los habitantes de los 18 municipios aledaños ubicados en Puebla, Estado de México, Ciudad de México, Morelos y Tlaxcala. El 21 de mayo el semáforo de alerta volcánica pasó a Amarillo Fase 3 (aunque actualmente está en Fase 2), cuyos riesgos incluyen lluvias de ceniza, explosiones de intensidad creciente y la posibilidad de expulsión de magma.
La amenaza del fuego interno de la Tierra es capaz de paralizar y desplazar la vida a su alrededor. Tan sólo en las primeras 40 horas de esta nueva fase, en las que se originaron cientos de explosiones, se movilizaron alrededor de siete mil soldados para apoyar en caso de evacuación, se suspendieron clases en 40 municipios y se cerró el aeropuerto de Puebla (los de Ciudad de México ya habían suspendido y reanudado su actividad el día anterior).
No es la primera movilización que “el Popo” ha provocado en su más reciente periodo despierto, que inició en 1994 tras un sueño profundo de 56 años.
Afortunadamente, y a pesar de que está entre los más peligrosos del mundo por su impredictibilidad y por su cercanía a zonas densamente pobladas, las consecuencias que ha tenido su actividad en las últimas tres décadas han sido mínimas comparadas con la capacidad transformadora que tienen los volcanes.
El mismo Popocatépetl, por ejemplo, tuvo una erupción en el siglo I, la cual sepultó por completo al poblado de Tetimpa. Los restos arqueológicos indican que los habitantes alcanzaron a huir de la catástrofe, cuya magnitud superó a la del Vesubio cuando arrasó con la antigua ciudad romana de Pompeya en el año 79.
Una parte de los migrantes fue acogida en Cholula, Puebla, donde se erigió la Pirámide Roja inmediatamente después de la explosión de lava. La escalera principal apunta directamente al volcán y la segunda se dirige hacia un recinto de adoración de los ancestros, conformado por cráneos humanos.
El interés de la construcción aumenta si se toma en cuenta que la gente de Tetimpa practicó la adoración a Popocatépetl más antigua que se conoce: se creía que su cráter era la entrada al mundo que habitaban los muertos. Una efigie conservada por la lava solidificada lo demuestra.
Excavasiones arqueológicas de Tetimpa. Imagen: ResearchGate/ Patricia Plunket
GENERADORES DE ECOSISTEMAS
Que el destino de asentamientos humanos enteros se vea marcado por una erupción no es poca cosa, pero el impacto de los volcanes va más allá, pues modifica al ecosistema.
Aunque la actividad volcánica parezca devastadora, la realidad es que tiene numerosos efectos positivos: regula la temperatura del planeta al liberar su energía interna, fertiliza el suelo a través de las cenizas que aportan nutrientes a la tierra y favorece la biodiversidad tras liberar lava.
Cabe aclarar que, si bien una erupción o una serie de explosiones definitivamente pueden afectar y hasta cobrar la vida de ciertos especímenes, no hay evidencia de que resulten en la pérdida de especies endémicas. Por el contrario, es más probable que el ecosistema se vuelva más heterogéneo: la nueva composición del sustrato puede permitir el surgimiento de nueva vegetación y, a la larga, atraer fauna distinta a la que ocupaba ese territorio. Este cambio “no es peor ni mejor, sino simplemente diferente”, explica José Ramón Arévalo, catedrático de Ecología de la Universidad de La Laguna, en España.
En lo que respecta a la contaminación, se estima que cada año las actividades humanas causan 60 veces más polución que las fumarolas provenientes de las entrañas de la Tierra, las cuales, por su composición, ayudan a evitar el calentamiento climático al generar una capa atmosférica que refleja la radiación del sol.
Los volcanes inactivos también tienen ese efecto, pues emiten grandes cantidades de azufre, una de las sustancias más importantes para el enfriamiento del ambiente. La cantidad de azufre que producen los colosos dormidos es incluso mayor a la del fitoplancton marino, que se considera uno de los factores más relevantes para regular el cambio climático.
Los volcanes sólo han provocado el calentamiento global en eras geológicas pasadas, cuando la actividad eruptiva era extrema y el dióxido de carbono se apoderó de la atmósfera terrestre. Pero incluso entonces la actividad volcánica tuvo un papel más creador que destructivo: pudo haber sido uno de los principales motores del origen de la vida.
Una reciente investigación, publicada en mayo del 2023 y realizada por el Instituto de Astronomía Max Planck y la Universidad de Múnich en Alemania, concluyó algo que ya se sospechaba: que las numerosas e intensas erupciones del eón Hádico (hace cuatro mil 600 millones de años) pudieron haber favorecido que el dióxido de carbono de la atmósfera se transformara en las moléculas precursoras de la vida (aminoácidos, lípidos, carbohidratos y ácidos nucleicos) tras entrar en contacto con partículas de ceniza y meteoritos.
El volcán más grande de Venus captado por la sonda espacial Magallanes. Imagen: NASA/ Jet Propulsion Laboratory
El potencial de los volcanes no termina en nuestro planeta: a pesar de no contar con placas tectónicas, recientemente se encontró actividad volcánica en Venus, uno de los cuerpos celestes que se encuentran en la franja habitable de nuestro sistema solar porque sus condiciones permiten la existencia de agua. Este descubrimiento, publicado en marzo de 2023 en la revista Science, permite a los científicos comprender mejor la formación y evolución de planetas rocosos ubicados en zonas habitables de otros sistemas solares. En última instancia, un hallazgo como este ayuda a apuntar mejor la mira hacia aquellos exoplanetas que podrían albergar vida.
BELLEZA VIOLENTA
Gerardo Murillo Coronado, mejor conocido como Dr. Atl, artista y vulcanólogo mexicano, fue uno de los ávidos admiradores que han tenido los colosos de fuego a lo largo de la historia. En México se dedicó a observarlos, escalarlos y pintarlos. Cabe mencionar que en territorio azteca se encuentran alrededor de dos mil volcanes, de los cuales aproximadamente 40 están activos, por lo que el pintor tuvo mucho material de inspiración para sus destacados paisajes.
Además de la suerte de haber nacido en un país atravesado por el Cinturón de Fuego, tuvo la fortuna de presenciar un fenómeno del que pocas personas en la historia de la humanidad han sido testigo: el nacimiento de un volcán.
El 21 de febrero de 1943, tras varios días de constantes temblores, la lengua de fuego del Paricutín emergió de la tierra. En tan sólo seis días se alzó 150 metros y continuó elevándose hasta alcanzar sus actuales dos mil 800 metros de altura.
“Quemaba los troncos secos de los pinos y alcanzó mi refugio, que vi arder desde lejos con verdadero placer: es difícil darse el gusto de presenciar espectáculos tan bellos”, escribió el Dr. Atl en su libro Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín, donde registró sus observaciones del volcán más joven del continente americano.
Tal como ocurrió con el poblado de Tetimpa hace dos mil años, el Paricutín sepultó al pueblo michoacano del que tomó su nombre, afortunadamente sin pérdidas humanas. La iglesia de San Juan Parangaricutiro es la única estructura que quedó visible. Quienes vivieron el suceso aseguran que fue un milagro que la lava arrasara con todo menos con el altar.
No es de extrañarse que la dicotomía entre el poder destructor y el poder creador de los volcanes haya despertado el interés y la imaginación de los humanos a lo largo de milenios, desde las culturas antiguas que le otorgaban características divinas, hasta los científicos contemporáneos que buscan respuestas a los misterios de las entrañas del planeta.
Dr. Atl pintando el Paricutín. Imagen: lakepatzcuaro.org
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