Para papá, que me enseñó a avanzar con todo y miedo
“Le voy a decir a tu papá”, seguramente es una frase que estuvo presente en la infancia de muchos por varias generaciones. Simple y contundente, encierra también una implicación significativa acerca del rol paterno que, hasta hace poco, era el más preponderante: una figura de autoridad que castigaba los malos comportamientos del niño. Aparecía para ejercer disciplina (en muchos casos a golpes) y después se esfumaba nuevamente hacia esa lejanía en que no había necesidad de prestar atención al hijo mientras éste no se metiera en problemas. Su deber era proveer lo suficiente para que no faltara comida, cobijo ni refugio.
Generaciones enteras, sobre todo de hombres, crecieron bajo el mismo techo que su padre sin recibir jamás palabras o gestos afectuosos de su parte. El vínculo emocional estaba reservado a la madre, pero los tiempos cambian.
Las dinámicas familiares han experimentado profundas transformaciones en las últimas décadas, permitiendo que la labor paterna tenga un papel más amplio que el de proveedor autoritario.
Actualmente, la sociedad no sólo acepta, sino que fomenta que los padres se involucren en la vida de sus hijos: que les digan palabras de apoyo, muestren afecto físico, compartan tiempo de calidad y tengan la paciencia para conocerlos y guiarlos.
Si bien esto pareciera un cambio radical para la humanidad, la realidad es que la evolución proveyó a los hombres de las características necesarias para formar parte de la crianza de su progenie. La figura paterna distante es un producto más social que natural.
LA NATURALEZA DE LA PATERNIDAD
No es difícil llegar a la conclusión de que el cuerpo de la mujer está equipado para ser madre: el ciclo menstrual, el embarazo, el parto, la lactancia, los cambios hormonales, etcétera, son procesos evidentes vinculados de forma directa con la maternidad. Pero, ¿qué pasa con el género masculino?
Por mucho tiempo no hubo indicios científicos, más allá de aportar esperma para la reproducción, de algún otro evento fisiológico relevante relacionado con la paternidad. Sin embargo, recientes investigaciones indican que, así como el sexo femenino, los hombres también sufren cambios a nivel hormonal que los preparan no sólo para participar en la concepción de sus descendientes, sino también en su desarrollo, por lo que los padres atentos están muy lejos de ir contra la naturaleza masculina.
El antropólogo Lee Gettler publicó en 2011 un estudio cuyos resultados muestran que los hombres experimentan un descenso significativo en sus niveles de testosterona al tener un hijo recién nacido en su hogar. La caída es más drástica entre más tiempo pasa el padre con el bebé. En el reino animal, esta hormona se asocia con comportamientos competitivos y de apareamiento; por lo tanto, los investigadores consideran que la función de su decrecimiento es preparar al padre para tener una actitud más cooperativa en el cuidado de sus crías. Este fenómeno no es exclusivo del ser humano, sino que se da en otras especies caracterizadas por una paternidad muy involucrada en la crianza, como la mayor parte de las aves.
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La prolactina es otra hormona que sufre cambios cuando el sexo masculino entra a la paternidad: sus niveles aumentan, y esto se relaciona con una predisposición a cuidar al recién nacido. La oxitocina, sustancia importante en el desarrollo de vínculos afectivos, también se dispara.
Cabe mencionar que, como lo explica la antropóloga Gwen Dewer en su artículo Evolución de la paternidad (2010-2013), ciertos comportamientos entre especies muy cercanas pueden diferir mucho y, por el contrario, tener grandes similitudes entre especies sumamente distintas, siempre y cuando se enfrenten a situaciones ecológicas parecidas. Esto puede explicar por qué otros primates macho no tienen prácticamente ningún tipo de apego con sus crías, a diferencia de lo que ha revelado la evidencia acerca de nuestros ancestros homo sapiens.
Entre los chimpancés y orangutanes, por ejemplo, las madres se encargan por completo de cuidar a las crías. Para asegurarse de brindarles la atención y las enseñanzas indispensables para su supervivencia, se han adaptado espaciando los embarazos entre sí. Pasan entre seis y ocho años antes de que una hembra vuelva a estar preñada.
En la prehistoria, las mujeres homo sapiens podían tener hijos más seguido, pues contaban con apoyo de su clan, incluyendo al padre. Esa estrategia cooperativa “es parte del éxito evolutivo de los humanos”, señala el antropólogo Frank L'Engle Williams en un artículo para la revista de investigación de la Universidad de Georgia. Además expone que dada la estructura ósea de nuestros ancestros, es probable que los hombres compartieran la tarea de cargar a los bebés en sus comunidades, tal como ocurre en algunas tribus en la actualidad.
“Tanto mujeres como hombres contribuían en las sociedades de cazadores recolectores. Cuando tienes relaciones de género más igualitarias, es cuando hay padres más involucrados”, expone el arqueólogo.
Desde los años ochenta se ha acumulado evidencia que respalda la premisa de la equidad de género en la prehistoria. Aunque las mujeres se dedicaban más a la recolección para no tener que alejarse tanto del campamento (y por lo tanto, de sus hijos pequeños), había quienes formaban parte de los grupos de caza o, si no pertenecían a ellos directamente, tenían participación en la logística de la cacería. Cabe mencionar que aportaban a la familia un número de calorías igual al de sus contrapartes masculinas a través de los alimentos que recolectaban. Dicha tarea requería de conocimiento especializado y era común que el saber femenino acerca de las plantas ayudara a determinar el lugar donde la comunidad establecería sus asentamientos.
Si hombres y mujeres dedicaban el mismo esfuerzo y obtenían resultados equivalentes en la búsqueda de alimento y refugio, lo más natural era que también compartieran la crianza de sus descendientes.
Estas conclusiones, desarrolladas a lo largo de décadas por diversos grupos de investigadores, provienen tanto de evidencia arqueológica como de observaciones antropológicas cuyo objeto de estudio fueron tribus nómadas que hasta nuestros días funcionan con esa dinámica.
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LA TRANSFORMACIÓN
Numerosos estudios, como el dirigido por Mark Dyble de la University College de Londres, apuntan a que la desigualdad de género inició con la agricultura, cuando se hizo posible la acumulación de recursos.
“Los hombres comenzaron a tener varias esposas porque podían tener más hijos que las mujeres [...] Les fue más redituable acumular recursos y se hizo más favorable para ellos formar alianzas con sus parientes masculinos”, explica el antropólogo al periódico The Guardian. El resto es historia: por siglos, la mujer permaneció dependiente del hombre al tomar este el papel de único proveedor y propietario de los recursos. El rol del género femenino quedó limitado al de madre y esposa, liberando al hombre de la responsabilidad paternal.
Pero los movimientos sociales, principalmente el feminismo, así como las transformaciones económicas de las últimas décadas, han reestructurado a la familia y los roles que debe cumplir cada uno de sus miembros. Actualmente, las finanzas del 40 por ciento de los hogares estadounidenses están sostenidas principalmente por una mujer, lo cual es prueba del avance que ha tenido la independencia económica femenina, sobre todo en países desarrollados.
Cada vez es más común que, en las familias donde hay una pareja, ambos trabajen. Con las actividades productivas a la par, las tareas domésticas también tienden a distribuirse equitativamente, incluyendo el cuidado de los hijos. Por ello ha aumentado el número de padres que se involucran de forma más directa en la crianza.
Sin embargo, todavía falta mucho camino por recorrer. La realidad es que la civilización occidental todavía está en proceso de transición hacia la equidad y, mientras tanto, es difícil compaginar las políticas públicas y privadas, las antiguas costumbres, las necesidades económicas, las expectativas sociales y las nuevas estructuras familiares.
Este desequilibrio se refleja, por ejemplo, en dos hechos contrastantes: por un lado, la participación de hombres y mujeres en el mercado laboral hace que ambos géneros se involucren activamente en la crianza de los hijos cuando viven en pareja o cuando se han separado de forma amistosa; por otro, ha incrementado el número de familias sin figura paterna. En Estados Unidos, el porcentaje de hogares sin padre aumentó de 10.3 por ciento en los setenta a 24.6 por ciento en 2013, y no ha disminuido.
La magnitud de las consecuencias de la orfandad paterna aún no se determina con exactitud. En la investigación de 2008 titulada Who keeps children alive? (¿Quién mantiene vivos a los niños?), en la que se analizaron datos acerca de la supervivencia infantil en poblaciones con atención médica deficiente, resultó que en el 68 por ciento de las sociedades estudiadas, la ausencia del padre no tenía impacto en la supervivencia del niño. Incluso la presencia de una abuela fue más determinante en este aspecto.
Esto no significa que la figura paterna sea irrelevante en el desarrollo de una vida. Si bien las necesidades infantiles para la supervivencia puede cubrirlas la familia extendida, un padre comprometido (aunque no sea el biológico) puede aportar mucho más que eso.
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BENEFICIOS DE LA PATERNIDAD PRESENTE
Los padres que pasan más tiempo de calidad con sus hijos varones reducen significativamente la probabilidad de que, al llegar a la adolescencia, presenten síntomas de desórdenes mentales tanto interiorizados (por ejemplo, depresión y ansiedad), como exteriorizados (agresividad y desobediencia), de acuerdo a un estudio publicado en el diario Psychology of men & masculinities en 2020. Asimismo, en un análisis llevado a cabo en 2017, los niños de padres afectuosos obtuvieron mejor puntaje en pruebas de habilidades cognitivas a los cuatro años de edad, independientemente de su origen étnico.
Las adolescentes diagnosticadas con depresión expresan en su mayoría sentir rechazo o indiferencia por parte de su padre, según demostró una investigación de 2015, independientemente de si viven con él o no. En cambio, entre las jóvenes que jamás han pasado por depresión es común una buena comunicación con papá.
Un estudio realizado en 2014 por investigadores de las universidades de Harvard y Berkeley, donde analizaron a más de cuarenta millones de niños y sus padres, concluyó que la estructura familiar es el elemento más íntimamente correlacionado con la movilidad social, superando a la segregación racial, la desigualdad de ingresos y la calidad educativa.
La lista de estudios que prueban los beneficios de una figura paterna comprometida podría seguirse extendiendo. El autor Stephen Marche, en una columna para la revista Esquire, escribe: “La nueva paternidad no es meramente cuestión de estilo de vida. Que los padres pasen tiempo con sus hijos resulta en un mundo mejor, más sano, más educado, más estable y con menos criminalidad. Exponer a los niños a sus padres es un bien público”.
Lamentablemente, pareciera que la parte de la población que está realmente consciente de ello no es suficiente. Richard Reeves, autor de Of boys and men: why the modern male is struggling (De niños y hombres, por qué el hombre moderno está en conflicto), expone que “muchos padres son dejados fuera de la ecuación (familiar) porque las mujeres son capaces de llevar a cabo tanto el rol masculino de ganarse el pan como el de cuidadoras”. Ahora toca expandir el rol del padre porque, según el académico, todavía hay muchos núcleos sociales donde se espera que la figura paterna cumpla con su antiguo papel en una realidad donde ya no tiene cabida. De ahí la importancia de actualizar la paternidad y reconocer todos los beneficios que esto puede traer a las futuras generaciones.
No es tarea sencilla, y los padres futuros, los nuevos o los experimentados necesitan aligerar la carga que les representan las expectativas propias y ajenas acerca de su labor paterna en un mundo de cambios vertiginosos.
Pueden comenzar por identificar y aceptar los miedos y las motivaciones que les representa la paternidad, visualizar qué clase de padres desean ser.
Es fácil caer en la tentación de querer ser un superhéroe que en todo momento pueda proteger e impulsar a la familia sin mostrar flaquezas, un modelo ideal al cual puedan aspirar los hijos, pero esto solo traería frustración por el simple hecho de que es imposible.
Todo mundo admitiría que un buen padre escucha a sus hijos, muestra interés por ellos, intenta tomar las mejores decisiones para su futuro y le enseña a ser independiente; pero generalmente falta agregar a la lista un punto muy importante: admite cuando se ha equivocado. Los hijos no necesitan padres perfectos, necesitan seres humanos con apertura para guiarlos en el mundo y aprender a crecer junto con ellos en el proceso.
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