La bodega donde opera Aerofarms en Danville, Virginia, no tiene nada especial que atraiga la mirada de los transeúntes. Sin embargo, esta estructura rectangular de poco más de seis mil metros cuadrados alberga la granja vertical interior más grande del mundo. Cierto que su tamaño no destaca del de un almacén cualquiera, pero esa es precisamente la magia de este método agrícola: ocupa entre 70 y 99 por ciento menos espacio que un cultivo tradicional. Si a eso se añade que la producción por pie cuadrado es 40 veces mayor que la de un campo promedio, no es difícil admirarse de lo que representa este ambicioso proyecto.
Las granjas verticales consisten básicamente en muros o estanterías de varios pisos donde crecen cultivos. El concepto no es nuevo; de hecho, el primer ejemplo conocido forma parte de las maravillas del Mundo Antiguo: los jardines colgantes de Babilonia, construidos en el siglo VI antes de la era común. No obstante, los sistemas verticales contemporáneos tienen un grado de innovación tecnológica que podría ser un parteaguas en la industria agroalimentaria.
Uno de los diferenciadores de las plantaciones verticales de ahora es que se ubican en espacios interiores con el fin de controlar las condiciones en las que se desarrollan. Sequías, desastres naturales y plagas se cuentan entre los principales enemigos de la agricultura desde su nacimiento hasta nuestros días. Las granjas verticales, al no estar expuestas a las inclemencias de la naturaleza, reducen casi a cero estos riesgos.
Pero no solo se trata de proteger a los cultivos, sino de hacerlos alcanzar su máximo potencial. Hoy, una gran parte de los sembradíos de este tipo utilizan Inteligencia Artificial (IA) para determinar la cantidad exacta de nutrientes, agua, calor y luz que necesita cada planta de acuerdo a su desarrollo y a los resultados que se desean obtener, como la textura y el sabor de los productos.
Por ejemplo, la empresa Eden Green emplea tecnología de punta para generar diferentes microclimas en un mismo interior. “En lugar de tener que acondicionar el 100 por ciento del ambiente como se haría en un invernadero tradicional, nos enfocamos en el área alrededor de cada planta individual”, se detalla en su sitio web. Esto permite producir más de 200 tipos de frutas, verduras u hortalizas en un espacio donde hubiera sido imposible hacerlo hace unos cuantos años.
BENEFICIOS HUMANOS Y ECOLÓGICOS
La notable reducción de las áreas de cultivo es uno de los mayores beneficios ecológicos del sistema vertical, sobre todo si se considera que el mundo pierde 24 mil millones de toneladas de suelo fértil cada año, según las Naciones Unidas. Parte de esa pérdida se debe precisamente a la sobrexplotación de la tierra.
La empresa Eden Green emplea tecnología de punta para generar diferentes microclimas en un mismo interior. Crédito: edengreen
“(La agricultura) es probablemente uno de los actos más definitorios de la humanidad. Literalmente cambiamos el ecosistema de todo el planeta para satisfacer nuestras necesidades dietéticas.”, expone Nate Storey, cofundador de Plenty, en el corto documental Vertical farms could take over the world (Las granjas verticales podrían apoderarse del mundo). Su empresa, inaugurada en 2014, se considera la primera en haber sido concebida al 100 por ciento como un negocio de granjas verticales.
El porcentaje de sustrato terrestre dedicado a la agricultura podría reducirse significativamente gracias a este tipo de plantaciones, pues todas ellas emplean hidroponia y aeroponia, por lo que no necesitan suelo fértil. En ambos métodos, los nutrientes para la planta se diluyen en agua para hacerlos llegar directamente a las raíces.
“Podemos devolverle mucho al mundo [...] Podemos devolver las selvas de Borneo a los orangutanes, podemos devolver el Medio Oeste a los búfalos, podemos devolverle la Amazonia al planeta. Podemos devolver las cosas que hemos tomado y podemos ser mucho menos extractivos.”, destaca Storey.
El agua es otro recurso que podría salvaguardarse mediante los cultivos verticales ya que, gracias a su sistema cerrado de riego, solo emplean el cinco por ciento del líquido que necesita un plantío tradicional. Además, tampoco se contaminan cuerpos acuíferos porque, como ya se mencionó antes, no requieren pesticidas. Esas ventajas son sumamente valiosas cuando, según cálculos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para el año 2025 dos terceras partes del mundo sufrirán escasez hídrica.
Actualmente, es probable que cada fruta o verdura en el supermercado haya recorrido cientos de kilómetros antes de llegar al consumidor. Esto se debe a que la probabilidad de que un cultivo prospere suele estar sujeta a condiciones específicas de ciertas latitudes y altitudes, pero las granjas verticales no tienen esa limitante: pueden asentarse sobre cualquier superficie y producir frutas, verduras y hortalizas en cualquier clima y época del año.
Gracias a esa cualidad, la mayor parte de ellas se ubican en áreas urbanas densamente pobladas, donde proveen de alimentos a los negocios cercanos. Esa proximidad se traduce en una drástica reducción de las emisiones de dióxido de carbono asociadas al flete de los productos agrícolas. Además, supone una mayor seguridad alimentaria.
Durante la pandemia por covid-19, el cruce de fronteras se vio limitado, poniendo serias trabas a la exportación e importación de diversos productos. Las naciones altamente dependientes de proveedores foráneos resintieron especialmente ese golpe. En ese sentido, las granjas verticales son una herramienta que podría ayudar a cualquier población a abastecerse de alimentos sin el riesgo que implican los cierres fronterizos.
Crédito: Edengreen
DESAFÍOS ACTUALES
Son notables los beneficios que puede traer la adopción de las granjas verticales; sin embargo, hay ciertos retos que impiden que esa transformación se extienda con rapidez, al menos por ahora. El primero es el consumo energético: contrario a la agricultura tradicional que recibe directamente los rayos del sol, estos cultivos dependen en gran parte (y en algunos casos en su totalidad) de luz artificial. Aunque las luces LED que emplean ahorran bastante electricidad, su uso no deja de ser masivo.
Los costos de instalación, operación y mantenimiento también son altos. Si bien la tecnología tiende a democratizarse cada vez más rápidamente, las piezas que utilizan estos sistemas agrícolas aún tienen un precio elevado.
Por estos motivos, las frutas, verduras y hortalizas que provienen de ahí suelen ser menos económicas que las producidas tradicionalmente, a pesar del ahorro que se logra en cuanto a transporte.
Otro desafío importante es la variedad de alimentos que logran crecer verticalmente. Hasta ahora, la mayor parte de ellos son vegetales de hoja verde y algunas frutas pequeñas, como las fresas. El aporte calórico que brindan es bajo y, por lo tanto, poco relevante en una dieta regular.
Sin embargo, todos estos retos pueden solucionarse. No es imposible que la tecnología sea más accesible para que los productos de las granjas verticales puedan estar al alcance del ciudadano promedio. Basta con recordar cómo ha disminuido el precio de las luces LED desde su surgimiento hasta ahora. Además, los avances en cuanto a eficiencia energética no cesan.
Respecto al tipo de cultivos, el año pasado se logró la primera cosecha de arroz crecido verticalmente. El hito tuvo lugar en el Laboratorio de Ciencias de la Vida Temasek, en Singapur. A este grano podrían unirse más alimentos básicos en la dieta de varios países del mundo.
Mientras continúe la investigación para superar las dificultades técnicas y económicas, las granjas verticales seguirán siendo una opción para sostener las necesidades nutricionales de la humanidad sin continuar con la sobrexplotación de recursos que supone la agricultura tradicional. Tal vez no sea tan descabellado imaginar que, en el futuro, el espacio que hoy ocupan edificios y almacenes abandonados se convierta en la fuente de alimentos de la comunidad.
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