En 1968, hace cincuenta años, era asalariado en una imprenta del DF pero, desde 1966, siguiendo un camino que había pasado por empleos en la Librería de Cristal, en el diario El Día y en la UNAM, me había hecho amigo de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras. Me acerqué a ellos porque pretendía ser escritor; trabajar en la Máxima Casa de Estudios favoreció mi relación.
Junto a aquellos amigos viví en 1967 el sacudimiento de lo que fue como prólogo del 68: el movimiento por una reforma universitaria que sacudió la UNAM y las universidades de Puebla, Michoacán, Sinaloa y, creo, Sonora; tal vez alguna otra como la de Guerrero.
En las revistas Política y Siempre había descubierto autores y libros de izquierda con teorías marxistas y análisis de la situación de la clase trabajadora y los leía con fruición a la par que la Revista Literatura Soviética y el Boletín de Información de la Embajada de la URSS. Las líneas sociológicas y de literatura me iban guiando, descubriendo y redescubriendo mi condición y mi biografía de asalariado.
Mediante los hilos que fueron tejiendo las amistades y la militancia con estudiantes de otras escuelas y facultades, me incorporé a una célula del Grupo Comunista Internacionalista donde fui adquiriendo mayor claridad acerca de las teorías marxistas. Nuestras fuentes, claro, eran Marx, Engels, Lenin, Trotski y Ernest Mandel.
Así, fertilizado por el marxismo, llegué a julio de 1968. La noche del 26, al salir de una función del Cine París, localizado en el Paseo de la Reforma, a media cuadra de Bucareli, me estremeció una atmósfera de presagios infaustos: estridulaban la noche sirenas de patrullas o ambulancias y gritos de irritación y denuncia de grupos juveniles, sin duda estudiantiles. Había sido reprimido un mitin celebratorio del 26 de Julio cubano. Lo organizó la Confederación de Estudiantes Democráticos, agrupación nutrida por militantes de la juventud del Partido Comunista.
Al día siguiente pasé la mañana en el trabajo de la imprenta y en la tarde fui a reencontrarme con los camaradas de la Universidad. Había conmoción en patios y pasillos de la Facultad de Filosofía, se pintaban mantas, se discutía, se redactaban volantes de protesta por la represión gubernamental. El ambiente preludiaba las grandes movilizaciones que atrajeron más acechanzas policiacas y más represión.
La ola represiva creció, se desbordó ciegamente sobre varias escuelas. Después de dos días de agitación, represión y tensión ciudadana, estudiantes del Politécnico, la UNAM, Chapingo y la Normal Superior se reunieron para exponer al gobierno demandas que serían germen de un pliego petitorio de reivindicaciones sociales.
Vinieron las grandes movilizaciones estudiantiles y populares que yo engrosaba en contingentes de Filosofía y Letras. Participaba de la agitación no porque siguiera consignas extranjeras, como decía el gobierno, sino porque mi conciencia de clase de asalariado me lo exigía. Vivía la injusticia del trabajo generador de plusvalía, es decir, de explotación, de inequidad social, de abuso capitalista.
A la inquietud ciudadana y al movimiento estudiantil-popular en alguna fecha se sumaron médicos del Hospital General, trabajadores sindicalizados de PEMEX, vecinos de Tlatelolco. Junto con pueblo de otras procedencias sociales, ¿no conformaban una expresión de la inconformidad generalizada, no sólo estudiantil, contra el gobierno y contra el sistema capitalista?
Si no hubiera más, consideraba yo entonces y lo sigo considerando ahora, con mi participación como asalariado sumado a la masa de aquel movimiento le daba a la inconformidad y a la lucha un matiz proletario, socialista, revolucionario. Era botón de muestra, quizás atípico, de la unidad estudiantes-asalariados en el movimiento de 1968.
Comentarios